Sátira

Naked Lunch (1959), título accidental que Allen Ginsberg imaginó forzado por la mala caligrafía del autor -había escrito Naked Lust- es, como si dijéramos, El Proceso y El Castillo acoplados en tándem alucinógeno, orbitando en un circuito de viñetas construidas ex profeso o como extrapolaciones de fragmentos narrativos de la vasta producción epistolar de Burroughs. Es, también, una gran obra satírica, desde Lucilio en adelante.

Sátira no deriva de sátiro sino de saturación; mélange desbordada de temas y estilos, elaborada con ingenio irónico y sarcástico, obscenidad flagrante, improvisación insolente y la intención épica de mejorar la sociedad exponiendo con crudeza sus vicios, mentiras y locuras. La clave gnoseológica de Naked Lunch es, entonces, el humor.

La suma aleatoria de contingencias azarosas precipitó un caos mayestático, una horda de palabras cuyo destino seguro era, como en la mayoría de los casos que necesariamente no conocemos, el olvido inapelable. Invulnerable lógica probabilística violada en este caso por el alineamiento fortuito de la tríada Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Maurice Kahane. El último, heredero y fundador de Obelisk Press y Olympia Press, editoriales especializadas en publicar todo lo que en Estados Unidos e Inglaterra era considerado pornográfico.

Sin embargo, no es su factura literaria sino el comercio y la moda los motivos que ubican a esta obra en todas las sobremesas ligeras, lideradas por quienes no leen pero tampoco entienden. GJ

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