Fría

Z

Success is stumbling from failure to failure with no loss of enthusiasm.

A Vladimir Horowitz le gustaba decir que con todos los errores cometidos en sus conciertos se podía escribir una sinfonía. “Quien toma riesgos siempre se equivoca. Solo las personas aburridas no cometen errores.” 

En Zimna Wojna (Cold War), Pawel Pawlikowski tomó riesgos y sumó el nombre de su última obra al multitudinario universo de los fracasos honorables. En este caso, sin embargo, la pendiente es más inclinada porque fue él mismo quien exigió el ángulo con Ida, film contra el cual todo lo que haga, aún lo bueno, parecerá insuficiente. Zulawski, Welles y otros debieron recorrer vidas completas con la carga de haber producido lo mejor al comienzo y no al final del camino. I started at the top and worked my way downward.

El formato de imagen (1,37:1) es familiar para los que recuerdan, o aún suelen mirar, películas, cintas en la jerga de la época, de los 30 y 40. El esplendoroso blanco y negro remite al subproducto elaborado en Hollywood y rotulado en Francia por los promotores del glamour de la miseria humana. El nombre de la creatura: film noir. Detour (Edgar Ulmer, 1945) emerge en el pantano de la memoria como suma de recursos y virtudes.

No es el caso de Cold War.

La narración -la cinematografía es narrativa, todo lo demás es accesorio- defrauda. El modo estático, previsible, en que se presentan las derivas de los personajes no guarda armonía con la razón de sus peripecias. Los saltos temporales y los cambios de locaciones son anodinos. París no es París y las diferencias entre Alemania Oriental, Yugoslavia y Polonia se disuelven en clichés escenográficos, como en las series televisivas de los sesenta. Los veinte años transcurridos en la historia son un cartel informativo en la pantalla. La ilusión del devenir nunca prospera. El tiempo de la extensión de la película siempre ejerce supremacía sobre el tiempo de duración de la historia. La cámara no es dinámica, su rigidez es un obstáculo estratégico. Polanski suele decir que la cámara debe acompañar al actor, no solo mostrarlo, para que el personaje se revele en la complejidad de su existencia. Su obra confirma la sentencia de modo inapelable.

Las entrañas del artificio están a la vista.

El guion tiene un defecto congénito: es un revuelto de especies que depara un resultado cierto pero insustancial, en el mejor de los casos: épica-film noir-amour fou-trip movie. La combinación se despliega en la microfísica de la orgía genocida stalinista antes que en el escenario de la guerre froide que proclama el título.

Originariamente, la palabra griega kharaktḗr servía para denominar al instrumento que deja una huella y, también, al efecto de la acción, la impronta. La metáfora la convirtió en señal o distintivo. Sin la exposición de su especificidad un personaje, o carácter, no prospera, no supera el estadio de torpe bosquejo, de estereotipo.

Como suele suceder en los malos melodramas, en Cold War las coincidencias son abusivas y los personajes planos. El guion no presenta a los protagonistas como individuos sino que los expone conforme a un modelo genérico asignado que identifica al personaje con el ideal al que se adscribe. La ausencia de rasgos individuales se aprecia a la luz de las tres instancias que deciden la conducta de las personas: el tener que, el querer y la necesidad. Zula y Wiktor, los personajes centrales, se movilizan solo por los conflictos que genera el enfrentamiento entre la obligación y la voluntad. El deseo, la instancia que define las huellas particulares de cada individuo, está ausente.

Es en vano reclamar complicidad al espectador cuando no se entiende, cuando no se siente, por qué se aman los personajes. Sin el acoso del deseo el vínculo es gimnasia nimia: cuerpos que hacen contacto, gestualidad ampulosa y oratoria explosiva. Amor retórico. Pasión fría.

Al margen pero en el centro: La fotografía de Lukasz Zal y otra notable performance de Joanna Kulig, actriz que con una mirada puede iluminar la opacidad de lo inefable. Como su coetánea Léa Seydoux, controla un escalofriante poder hipnótico. GJ

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